La primera bodega indígena de Latinoamérica está en Amaicha del Valle
Los Amaicha es una bodega comunitaria que utiliza cepas propias ancestrales, que pasaron de generación en generación en una zona donde hacer vino es muy común.
Por estos días, mediados de septiembre, comienzo de la temporada de vientos en el valle del Yokavil, las y los comuneros con viñedos están bien atentos a la naturaleza porque los primeros brotes se inician y cualquier helada puede frustrar la cosecha de uvas (para elaborar sus vinos en las presentaciones del varietal malbec y el de uva criolla) que venden con el nombre de Sumak Kawsay (Buen Vivir en quichua).
Los pobladores y visitantes que bajan desde Tafí del Valle por la zigzagueante ruta provincial 307 pueden ver al sueño de los amaichas -una bodega comunitaria y propia- materializado en el edificio que con identidad indígena, piedra sobre piedra, se erige imponente y redondo antes de llegar a Amaicha.
Germán Flores, comunero, productor y vendedor, reflexiona sobre el tiempo: “en esta época la planta comienza a brotar, ya comienza con la actividad, comienza a tirar los brotes. Esa parte es importante pero también riesgosa porque el año pasado, por una helada tardía, justo en esta época, se perdió entre el 80 y 90% de la producción”.
Con capacidad para 50 mil litros de vino, “la bodega hoy está entre 10 y 12 mil anuales pero este año sólo producimos unos 1500 litros por heladas y granizo”, detalla el joven comunero en una entrevista con Salta/12, al destacar que en la cercana Cafayate varias marcas pueden llegar a la descomunal -comparada con la amaicheña- cifra de siete millones de litros anuales de la bebida.
Sobre ese punto Flores dice con calma vallista: “la mayoría de esas bodegas exportan y nosotros vamos despacito. Sabemos cuáles son nuestros límites, hasta dónde podemos llegar. Es un trabajo que creo que llevará un tiempo más hasta que nos establezcamos, que la marca sea conocida, y bueno, ver hasta dónde nos da”.
Entre las características del vino que logran los 40 productores viñateros -un número que varía porque al tratarse de un emprendimiento comunitario entran y salen sin problemas- es la utilización de cepas propias, indígenas, ancestrales, que pasaron de generación en generación en una zona donde hacer vino es muy común.
Inaugurada el 1º de agosto del 2016, tras un cuidadoso proceso iniciado en 2009, la bodega fue pensada como un “emprendimiento colectivo para el desarrollo integral de la actividad vitivinícola que necesitaba una infraestructura adecuada para lograr vinos de alta calidad enológica”, señala Mario “Diablero” Arias, alma mater del proyecto, en el libro “Gobernanza Territorial y Prácticas del Buen Vivir” de los amaichas.
“Construir un espacio físico que reúne lo sagrado, ancestral y monumental transforma la imagen que asocia a los pueblos originarios con (las construcciones donde habitaban y desarrollaban sus actividades antes de la llegada de la corona española) sus ruinas. La bodega comunitaria se referencia como un pedestal vital y vibrante, epicentro del territorio indígena, faro de altura que alumbra la identidad resurgente, un 'menhir' inspirado en lo ético y filosófico del Sumak Kawsay”, profundiza Arias en ese libro.
¿Qué es el Sumak Kawsay o Buen Vivir? Se trata de un nuevo paradigma para la humanidad planteado desde los pueblos indígenas, el campesinado, y asumido ya por otros sectores al punto que figura en las constituciones de Bolivia y Ecuador y que propone, básicamente, vivir en armonía con la naturaleza y respetar los derechos de la Madre Tierra a la que se considera un ser viviente.
Volviendo al exquisito Malbec que comuneras y comuneros amaichas y quilmes cosechan en febrero y marzo, es un logro colectivo en el que estuvieron involucrados técnicos de distintas especialidades, el Consejo de Ancianos, el entonces cacique Eduardo “Lalo” Nieva, y funcionarios provinciales y nacionales que aportaron recursos económicos y humanos.
No fue fácil, ya que articularon colectivamente un escarpado camino en el que lograron plantar la bodega comunitaria del pueblo indígena amaicha, primera en su tipo en toda Latinoamérica aunque tercera en el mundo, ya que existen otras experiencias de bodegas originarias en Canadá y Australia.
Nieva (cacique entre 2009 y 2021), que es abogado, mentor y alentado, reafirma la naturaleza jurídica de la obra por su pertenencia a un pueblo indígena: “el desafío nos llevó a hacer una empresa comunitaria, y los propios productores son los dueños. Características especiales son que ante la AFIP, ese emprendimiento es de la comunidad indígena Amaicha del Valle. Punto de venta uno. Así está registrado”.
“Ante el Instituto Nacional de Vitivinicultura está encriptada también bajo esa característica de propiedad comunitaria. Se usa el CUIT de la comunidad. En otros lados, una cooperativa, por ejemplo, son 60 productores y ponen 60 CUIT. Acá no, es distinto. Algunos aconsejaban que sean cooperativas, asociaciones civiles pero teníamos conciencia fuerte de que queríamos ser comunidad y esperábamos respeto a nuestras formas jurídicas”, resalta Nieva.
Flores, vendedor al fin, pide que se recuerden en esta nota los horarios en que se puede llegar a la bodega: de lunes a sábado, de 9 de la mañana hasta las 17, y los domingos, de 10 a 14 horas, mientras que en Buenos Aires, precisa, se puede conseguir el Sumak Kawsay en los almacenes de la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT), entre otros comercios.
También confiesa que la meta ahora de comuneras y comuneros viñateros es “producir lo suficiente para vivir solamente de hacer vino”, esa bebida que atraviesa culturas, embriaga a los dioses, inspira a poetas de todos los tiempos y, además de placentera, compone un símbolo civilizatorio.
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Fuente: Página 12