Solidaridad en masa
Ubicada en el barrio porteño de Chacarita, la fábrica de pastas recuperada apuesta al trabajo colectivo a pesar del difícil contexto que impone la pandemia.
Tapas para tartas y empanadas, además de piononos y pastas frescas, son los productos que fabrica La Litoraleña desde hace más de 40 años en la Ciudad de Buenos Aires. Nació como empresa comercial pero hace cinco años es una cooperativa de trabajo. Sus integrantes comenzaron a producir de manera autogestiva tras un conflicto con la patronal que los llevó a ocupar la fábrica ubicada en el barrio de Chacarita en octubre de 2015. Entonces, cambiaron el nombre por La Nueva Litoraleña y consiguieron un permiso judicial para poder seguir trabajando. Finalmente, obtuvieron la matrícula del Instituto Nacional de Asociativismo y Economía Social (INAES).
Hoy en día, al igual que la actividad económica en todo el mundo, la pandemia los impactó de lleno y tuvieron que adaptarse a la nueva realidad. «Nosotros fuimos considerados esenciales y pudimos trabajar, pero tuvimos que readaptarnos y generar una ingeniería social para poder dar una continuidad, ya que el año pasado, cuando empezó el confinamiento duro, el primer debate que se dio internamente era cómo hacer para reemplazar a quienes tenían alguna comorbilidad y que se tenían que quedar en sus casas», señala Fabián Pierucci, presidente de la cooperativa. «Estas eran unas 13 personas de los 52 asociados que somos en La Nueva Litoraleña, que estuvieron en toda la etapa de fase uno en sus domicilios. Además de esto, también nos aseguramos de garantizarles los ingresos a estos compañeros», explica.
La llegada de la pandemia también modificó la forma en la que se produce en la planta. «Tuvimos que generar un protocolo por escrito y confeccionar ese documento en base a los resultados de las investigaciones que iban saliendo en los medios con respecto a la forma de cuidado», indica Pierucci. También recalca que la aplicación de este protocolo estuvo acompañada de mayores costos para la cooperativa, por los gastos que implicaba comprar los elementos esenciales para hacer frente al coronavirus. «En el local trabajamos con los mismos protocolos que en la fábrica, en ese sentido no hubo diferencia», dice el presidente refiriéndose al punto de venta que La Nueva Litoraleña tiene en Girardot 345. Allí venden sus productos tanto a mayoristas como a minoristas y cuentan con vehículo propio para hacer reparto a domicilio. Pierucci agrega que más allá de la adaptación a la nueva manera de trabajar, la pandemia también los afectó en la forma de debatir y reunirse que tenían anteriormente: «Lo más difícil fue adaptarnos a la modalidad de lo no presencial ya que nosotros tenemos una tradición asamblearia muy fuerte, de juntarnos y discutir en ronda, que se nos dificultó mucho pasarlo a la virtualidad».
Tejer lazos
Más allá de todos los inconvenientes que provocó la llegada del coronavirus, desde La Nueva Litoraleña remarcan la dinámica de ayuda y solidaridad entre cooperativas, en especial el vínculo con el Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos, la Federación Argentina de Cooperativas de Trabajadores Autogestionados y otras cooperativas alimenticias. «El IMFC nos otorgó un microcrédito con el que terminamos de arreglar una cámara de frío muy importante, que nos garantiza la trazabilidad del frío que necesitan los productos para así tener asegurada su calidad», cuenta Pierucci. Y relata cuáles son los próximos pasos a seguir en el camino de relacionarse con otras entidades solidarias del rubro alimentos: «Estamos trabajando en una red de cooperativas de alimentos con la cual vamos a hacer un encuentro para discutir las problemáticas específicas del sector y cómo seguir ayudándonos mutuamente». Esta es una red que se está armando desde FACTA y que además de La Nueva Litoraleña, va a contar con la participación de otras cooperativas del sector para discutir «la forma en que se produce y se consumen alimentos hoy en día en nuestro país».
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Fuente: Revista Acción