Una cooperativa inventó (y exporta) el primer producto orgánico del mundo para una plaga muy frecuente en las colmenas.
La Cooperativa de Trabajo Apícola Pampero de Bahía Blanca exporta su plaguicida natural único en el mundo. También aporta otras soluciones a un sector que vive en permanente crisis a pesar de ser Argentina uno de los mayores exportadores de miel.
Pampero nació con la idea de “lograr la autosustentabilidad de la apicultura mediante la democratización de los medios de producción”. El pampero es un viento frecuente en los veranos e inviernos del sur bonaerense, las tormentas cortas que provoca forman parte de la identidad de esa región en la que abundan los emprendimientos apícolas. En 1996, un plan estatal denominado Cambio Rural buscaba asistir a los pequeños productores desde las agencias del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) y uno de sus agentes, Raúl Olleta, había sido designado para acompañar a unidades productivas de miel que intentaban sobrevivir en pueblos cercanos a Bahía Blanca, en el límite bonaerense con la Patagonia. En ese primer esfuerzo por la supervivencia se asienta la historia de una cooperativa que hoy ofrece una solución orgánica única en el mundo a uno de los principales problemas de la apicultura.
“Llamémonos Pampero, por el viento que nos une”, propuso Olleta a los apicultores cuando empezaron a buscar un nombre con el que identificarse. Todos aceptaron esa identidad que amalgamaba lo rural con el espíritu solidario que los animaba. Según recuerda la historiadora Luciana Torresi en su tesis sobre la cooperativa Pampero, titulada Porque el viento nos une…, los productores también apoyaron la filosofía de trabajo de Olleta, hombre afecto a las metáforas campestres: “El grupo es un carro, el objetivo es llegar a destino, que es el bien de todos; y el carro no lo lleva el conductor sino que lo llevan todos los miembros del sistema. Tirar en el momento indicado, eso es lo que hace un grupo”.
El carro se puso en movimiento y luego de años de trabajo intenso, en 2012, se formalizó el grupo original en la Cámara Apícola Pampero, constituida hoy por 180 productores del sudoeste bonaerense que cuenta con unas 120 mil colmenas. Asociada a ellos se formó la Cooperativa de Trabajo Apícola Pampero que desde un comienzo buscó atender con el trabajo de técnicos e investigadores las necesidades de esos productores, con un enfoque que conviertiera esta historia en un singular caso de asociativismo científico-productivo.E
El producto estrella
Unidos por las ráfagas de viento sureño, los participantes de la cooperativa en los años iniciales buscaron identificar las necesidades básicas de los productores. Fue cuando apareció el fantasma común de la varroa, un ácaro que constituye el principal problema de la apicultura prácticamente en todo el mundo porque es la única enfermedad que ataca indistintamente tanto a las abejas adultas como a las crías y permite el ataque de cualquier virus. La varroa debilita a las colmenas y, si no se trata a tiempo, las destruye.
El grupo se puso a buscar las soluciones que existían en el mercado y las investigaciones publicadas sobre el tema. Así fue como se conectaron con la Universidad del Sur, de Bahía Blanca, y con la de Mar del Plata, que tiene un laboratorio dedicado a la apicultura, para buscar una alternativa eficaz a los remedios conocidos. De esas investigaciones surgió Aluen CAP, un acaricida sin tóxicos, de alta eficacia y único remedio orgánico en el mundo para este problema.
La diferencia entre este producto natural y los sintéticos es enorme en precio y calidad. Especialmente porque Aluen CAP puede usarse sin el riesgo de que afecte la calidad de la miel y su eficacia alcanza al 95 por ciento.
En Pampero, técnicos, investigadores y productores buscan soluciones a los problemas más frecuentes de la actividad apícola. (Imagen: gentileza cooperativa Pampero)
El descubrimiento puso a la recién creada cooperativa Pampero ante una difícil decisión. Una multinacional enterada del logro propuso comprar la patente del remedio a cambio de una suma que los socios califican como “muy, muy importante”. La decisión unánime, no obstante, fue rechazar la oferta y seguir adelante con los planes previstos.
“Cuando empezamos con esto nadie tenía como objetivo hacerse rico y lo lógico era seguir detrás de los objetivos que nos trajeron hasta aquí. Si hubiéramos vendido el Aluen a la multinacional nos hubiéramos beneficiado con un capital muy tentador en muy poco tiempo, pero en las asambleas decidimos que no aceptaríamos porque se hubiera perdido una de nuestras ideas centrales, que es la de poner al alcance de todos los productores el conocimiento que se pueda desarrollar”, explica Gabriel Gómez, tesorero, cofundador de la cooperativa y técnico apicultor.
Aluen CAP se exporta hoy a diez países y Pampero ha firmado contratos con otros veinte, en los que está a la espera de que las autoridades sanitarias permitan su comercialización. El acaricida natural llegó en el momento justo en que la cooperativa tuvo que afrontar el hacerse cargo de pagarles a los técnicos que hasta 2016 estaban financiados por el Estado. Por eso, necesitó sumar nuevos socios para encarar la producción.
Mediante dos subsidios del Instituto Nacional de Asociativismo y Economía Social (INAES), Pampero puedo primero tramitar el patentamiento internacional de Aluen CAP, en 2015, y dos años después montar el primer laboratorio veterinario cooperativo de la Argentina, el Calfu Mapu, ubicado en la localidad de Calderón, donde producen el medicamento y se desarrollan otros proyectos. Se trata de un laboratorio modelo, porque las estrictas normas sanitarias que tiene cada país donde se comercializa o se intenta comercializar el acaricida obliga a extremar los cuidados.
El potencial argentino
La Argentina es uno de los líderes mundiales en el mercado apícola. Es el tercer país en producción, detrás de Estados Unidos y China, y el segundo exportador mundial. Hay poco más de 15 mil productores, según el Registro Nacional de Productores Apícolas (RENAPA), que tienen unos 3,5 millones de colmenas. De acuerdo a estimaciones de la Coordinación de Apicultura del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación (MAGyP), de una producción total que ha superado las 70.000 toneladas, un volumen cercano a las 6.000 toneladas (poco menos del 9 %) es destinado al mercado interno.
Pero esas cifras alentadoras no se condicen con la realidad que vive la mayoría de los pequeños productores regionales que malvenden su producto. Entre el 90 y el 95 % de la miel se exporta a granel en tambores de 330 kilos, sin ningún valor agregado. Como sucede con otros rubros de la producción de alimentos, el sector exportador está concentrado de tal forma que solo un pequeño grupo se queda con los beneficios. La Sociedad Argentina de Apicultores (SADA) ha difundido esta situación: diez empresas que les compran a los acopiadores concentran el 85 % de la miel que se exporta. Al mismo tiempo, los acopiadores les pagan a los productores, en los lugares de origen, la mitad del valor real. Así las cosas, la miel argentina está en la mesa de los hogares de los Estados Unidos, Japón y Alemania, pero gran parte de sus productores no viven precisamente las mieles del éxito.
A esta distorsión que se opera en la comercialización se le agregan otras dificultades: la informalidad del sector por la falta de una estrategia nacional que supere el concepto artesanal que impera en gran parte de las unidades productivas, el cambio climático que afecta la flora que es vital para las abejas y la mortandad de estos laboriosos insectos a causa del monocultivo industrial que modifica el hábitat y expone a las colmenas a las consecuencias de los agrotóxicos. Este es el panorama con el que empezó a operar Pampero y esas son las dificultades para las que busca solución.
“Una de las primeras cosas que se trabajó fue tratar de superar la dispersión que había entre los productores y que se convencieran de la importancia de salir de la informalidad para poder avanzar. La apicultura es una actividad muy desordenada y uno de los primeros problemas es que los productores no suelen tener tierras propias y las colmenas no sirven como garantías bancarias, por lo que es frecuente que se endeuden con préstamos informales. Crear una cámara de productores sirvió para trabajar en conjunto y encontrar otros caminos. Lo mismo con los costos de producción: las empresas dominantes imponen precios y condiciones de pago, desde el principio tratamos de independizarnos de esas trabas”, detalla Gómez.
Una de las actividades derivadas de la apicultura más rentables en otros países, como los Estados Unidos, es la polinización. La gran mayoría de las especies de plantas con flores solo producen semillas si un polinizador animal transporta polen de las anteras a los estigmas de las flores. De allí surge la necesidad del servicio de polinización para productores agrícolas con el objetivo de aumentar la producción de cultivos de manera sustentable.
Los técnicos de la cooperativa Pampero analizaron la situación de estos servicios y constataron que se pagaba muy mal a los productores e idearon una modalidad para que sus asociados recibieran un pago justo por el servicio. “Es una actividad en la que los productores se manejan de una forma muy desordenada y las empresas semilleras aprovechan esa falta de organización para quedarse con el que les cobra menos. Eso genera una disputa entre pequeños productores que, para no perder ese ingreso, bajan el precio de su trabajo. Lo que hicimos fue crear un sistema en el que se fije un precio que surja de un análisis de la actividad y que sea unificado. Como el éxito de la polinización tiene que ver con la calidad de los colmenares, hacemos un análisis y emitimos certificados que garantizan esa calidad, así los contratantes saben que el servicio es confiable y, al mismo tiempo, se ayuda a que los productores mejoren la calidad de sus colmenas”, enfatiza Gómez.
Entre otros aportes para agregar valor a la actividad apícola, en Pampero crearon un sistema para fijar los precios del servicio de polinización y un suplemento para fortalecer a las abejas de las zonas fumigadas con agrotóxicos. (Imagen: gentileza cooperativa Pampero)
Nutrición de reinas, vinos y ciencia
La alianza de producción e investigación que reúne al grupo Pampero mantiene activos a los 28 socios actuales de la cooperativa, cuyo promedio de edad es de 30 años. Buscaron soluciones para las colmenas ubicadas en zonas fumigadas con agrotóxicos y crearon un suplemento alimentario de polen que fortalece las defensas de las abejas y estimula a las reinas para que pongan más huevos y haya más crías.
En el rubro alimentos desarrollaron una línea gourmet de mieles orgánicas tipificadas según el origen floral de la región donde se producen y están trabajando en la producción de vinos y cervezas elaborados a base de miel, un proyecto que se vio afectado por la pandemia, pero que estiman podrán presentar en unos tres o cuatro años.
Paralelamente, los socios organizan charlas para difundir la actividad apícola en las escuelas, especialmente en el sudoeste bonaerense, donde están asentados sus productores. La propuesta busca estimular a los chicos y que se interesen en esta actividad como un posible medio de vida futuro. La apicultura necesita de ese recambio que no suele darse naturalmente en las familias productoras. En una investigación del Programa de Extensión y Cambio Rural del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación, solo el 27 % de los productores estimó que sus hijos continuarían con el emprendimiento familiar.
El objetivo fundacional que se destaca en la presentación de la página web de Pampero es “lograr la autosustentabilidad de la apicultura, mediante la democratización de los medios de producción” y otra de las vías para lograrlo es el proyecto de la revista Eunk, una publicación científica en la que está trabajando junto a la Universidad Nacional del Sur (UNS), la Universidad Nacional del Nordeste (UNNE), la Universidad Nacional de Mar del Plata (UNMDP) y la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Ahí los autores no deben pagar por publicar y los interesados tienen acceso libre a las investigaciones, a diferencia de lo que ocurre con muchos medios similares en los que quienes publican y quienes reciben la información deben abonar.
En 2015 la cooperativa logró el autofinanciamiento. Para entonces, además de cubrir el ingreso de los socios pudo montar una línea de producción y actualmente analiza la posibilidad de incorporar nuevos socios. El reparto de los beneficios es igual para todos los trabajadores, se trate de un profesional académico o alguien que tiene escasa instrucción pero conoce el oficio: la idea rectora es que todas las tareas tienen la misma importancia.
Gómez analiza las posibles causas del desarrollo de Pampero en un ámbito en el que la crisis es el lugar común: “Hay dos factores que hemos mantenido desde el principio, tener un plan de objetivos y pensar en el largo plazo. Pensamos esta cooperativa con visión de futuro, hoy estamos los que estamos y mañana habrá otros que nos continúen y mejoren lo que hayamos hecho. Queremos seguir atendiendo las necesidades del sector, con el mismo espíritu con el que se empezaron a reunir los productores hace más de veinte años. No nos interesa el negocio rápido, que rinda hoy y después vemos”.
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Fuente: Infobae