08 de Febrero de 2024

La Verdecita: cultivando derecho a la alimentación y ecofeminismo en Santa Fe

En 2001, un grupo de mujeres le hizo frente a la crisis económica y al modelo sojero poniendo manos a la tierra para producir alimentos sanos. Así nació la granja agroecológica La Verdecita, anclada en el periurbano de la ciudad de Santa Fe.

Cuando a Verónica Jaramillo se le pregunta qué es el ecofeminismo, ella afirma: “Es compartir. Es intercambiar experiencias, eso te abre la cabeza”. La imagen que la mujer propone se parece a la biodiversidad que defiende la agroecología: en una pequeña parcela de tierra, diferentes especies crecen, colaboran entre sí, se nutren unas a otras. Eso es lo que las productoras de La Verdecita, en el cordón hortícola de la ciudad de Santa Fe, hacen desde hace más de 20 años. Producen de forma agroecológica, venden a precio justo, trabajan con perspectiva de género y sostienen sus reivindicaciones originarias en un nuevo contexto de emergencia alimentaria.

Verónica llegó a Recreo, una pequeña localidad ubicada al norte de la capital provincial, cuando tenía cinco años. Nacida en Salta, cuenta que sus padres llegaron de Bolivia a la Argentina allá por los años ochenta buscando trabajo. “Siempre trabajaron la tierra”, comenta. De Salta a Santa Fe hay 1000 kilómetros en los que los cerros se pierden y el paisaje toma los distintos tonos de verde del litoral. Recreo, Monte Vera, Ángel Gallardo son parajes que circundan Santa Fe, una ciudad de terrenos bajos y húmedos rodeados por dos ríos, el Salado y el Paraná, y una laguna, la Setúbal.

Esos parajes, convertidos en pequeñas localidades, fueron durante muchos años la tierra de “los quinteros”. Muchas familias migraron desde Bolivia hacia esa zona para cultivar tomate, acelga y espinaca, pimientos, zanahoria, naranja, mandarina y otras frutas y verduras que se venden en el mercado central de Santa Fe. Pero por el avance de la sojización, la crisis de finales de la década de 1990 y la especulación inmobiliaria, barrios enteros que bien podrían comer lo que da la tierra, terminaron hambreados y dependientes de una dieta pobre de fideos, azúcar y arroz. 

Para las mujeres que, hacia 1985, habían formado el Sindicato de Amas de Casa de Santa Fe, el colmo de la pobreza generada por el modelo agroexportador fue que los empresarios de la soja —en plena crisis de 2001— donaran sus porotos para hacer “leche” para los comedores comunitarios. Una de esas mujeres, Chabela Zanutigh, puso el grito en el cielo. No estaba dispuesta a aceptar que los pibes coman veneno. Ese fue el puntapié de "La Verdecita, Granja Agroecológica".

El espacio donde Verónica construyó su propio concepto de “ecofeminismo” está conformado por personas del campo, que toda la vida se dedicaron a producir alimentos, como ella, y también por mujeres de la ciudad, que vieron en la agroecología una forma de tener alimentos de verdad al alcance de la mano. En la actualidad, nuclea a 30 familias productoras del cordón hortícola de Santa Fe.

Nidia Kreig, una de las primeras integrantes, colabora en el reparto de los bolsones agroecológicos que semanalmente comercializan. En el contexto actual de aumento de precios, evalúa: “Si obviás a los formadores de precios y potenciás a las cooperativas, a los frigoríficos cooperativos, a quienes producen frutas y verduras con puntos de venta en los barrios, se podría salir de la emergencia alimentaria. Los supermercadistas, que tienen mucha capacidad de compra, te venden productos comprados hace diez meses y te los aumentan, por ejemplo, cada vez que aumenta la nafta“.

Su reflexión continúa: “Todos dicen que hay que reactivar el consumo: ¿esa es realmente la solución, comprar más autos, más celulares? Eso es volver a la economía productivista que nos trajo a la crisis civilizatoria y climática en la que estamos“. Para ella, en un contexto de emergencia alimentaria y desregulación económica, hay que volver a poner —como en la época del 2001— la discusión sobre el alimento en primer plano. Y también, el debate sobre las salidas posibles: “Está claro que las alternativas no las van a dar los gobiernos, las alternativas serán las que podamos construir desde abajo hacia arriba“.

En el camino de buscar alternativas al modelo de la soja y los agrotóxicos, llegaron a la agroecología. “Es otra forma de producir que sirve para darle de comer al mundo. Es mentira que en Argentina producimos alimentos para 400 millones de personas, porque no estamos produciendo alimentos. Estamos exportando commodities que sirven solamente para los chanchos chinos, con un paquete tecnológico provisto por las corporaciones”, manifiesta.

Para Verónica producir de forma agroecológica, como mujer de campo, permite no estar aspirando un químico que me puede enfermar a sus hijos. "Muchas veces llevé a mis hijos o estando embarazada trabajé hasta los 8 meses", grafica. Además, valora la diversidad de cultivos que abre la práctica agroecológica: “Los compañeros que hacen convencional tienen cinco o seis hectáreas y hacen una hectárea de acelga, una de remolacha y así. Nosotras, en una hectárea, hacemos entre 15 y 17 variedades”.

En las ferias semanales que realizan en la costanera santafesina, en la Plaza Pueyrredón, La Verdecita vende productos frescos a precios justos. Un paquete de acelga oscila entre los 350 y los 400 pesos, por ejemplo. También comercializan en su local de ventas, en Estanislao Zeballos 2700, unos 35 bolsones por semana. “La gente nos compra porque es mucho más económico que ir a un supermercado y es una producción que te puede durar una semana”, asegura Verónica.

Verónica se sumó a La Verdecita en 2015. Relata que empezó a participar porque notó que “mucha gente del campo, si no tiene alguien que los represente, no se enteran si hay políticas para el sector”. La intención de organizar a productores y productoras tuvo como objetivo potenciar el sector, pero también hacer culto a sus orígenes y trabajar con una impronta feminista. La puerta de entrada a la organización fueron las rondas de mujeres.

Las rondas significaron, para Verónica, la posibilidad de mejorar sus condiciones de trabajo y su vida en un sentido más amplio. “Empecé a ver que existían otras puertas, otras salidas. Venía del campo, donde nuestros padres tenían otras costumbres. Por ejemplo, no tutear, saludar siempre aunque no te saluden… O trabajar: yo empecé a trabajar en el campo cuando tenía 10 u 11 años. Lo hacíamos para ayudar y para nosotros era un juego. No sentíamos que era un trabajo, no lo veíamos así. Y cuando iba a la escuela mis compañeras me preguntaban por qué yo trabajaba”.

Y añade: “En las rondas de mujeres había muchas compañeras que por ahí les costaba mucho expresarse: era como que pasaban muchas cosas en el campo que estaba prohibido comentar. Por ejemplo, era normal que te golpeen o que no puedas opinar mucho. Las mujeres eran para la casa, para lavar los platos o la ropa”. Pero empezar a conversar y poner en común esas situaciones, para ella fue “una motivación”.

“Cuando llegué al grupo de mujeres venía complicada en mi matrimonio y por otras cosas de la vida y sólo veía una puerta. En las charlas empecé a ver que tengo muchas opciones. Vi que podía elegir y eso fue muy importante para mí”, valora. “Cada vez que iba a las charlas salía con mucha fuerza. Si llegaba mal, salía bien y con una capacidad de decir ‘ellas pueden, yo también’”, recuerda.

----------
Fuente: Agencia Tierra Viva